Los clásicos del terror salen a la calle la noche de Halloween.

Una noche mágica, portal entre dos mundos para las culturas de origen celta. Durante Halloween la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se difumina y unos y otros pueden caminar juntos por este mundo. Quizás por eso nos disfrazamos, para que estas criaturas puedan pasar realmente desapercibidas y no sepan si quienes están a su alrededor son humanos o criaturas aún más monstruosas que ellos mismos.

Los clásicos del cine de terror son disfraces recurrentes pero que mantienen todo su vigor y siguen despertando escalofríos en quienes los ven: Frankenstein, el hombre lobo, vampiros, zombies o monstruos del espacio exterior. Todo vale para aterrar a los amigos en la noche más oscura del año.

Disfraces para todos los presupuestos.

Los clásicos del terror pueden adaptarse a todos los presupuestos. Al ser tan populares es fácil encontrar trajes baratos, máscaras o complementos para adaptarlos. Drácula es tan sencillo como ponerse un traje oscuro y unos largos colmillos. Pero si se es un pequeño experto con los maquillajes faciales se puede ir más allá y transformarse en todo un Nosferatu estremecedor.

Un zombie solo viste ropas viejas y desgarradas. Unas ojeras oscuras, algunas manchas en la piel y  un pelo con aspecto mugriento y desaliñado son suficientes para que aparentemos haber salido de las entrañas de la tierra escapando de las descarnadas maos de la muerte.

Una máscara y un traje con grandes hombreras recrearán la versión más económica de Frankenstein. Con pinturas y látex se puede conseguir una recreación mucho más sofisticada para la que no necesitará demasiado dinero extra, aunque si mucho más arte.

Personajes que todo el mundo reconoce.

Puede resultar bastante contradictorio pero estos personajes a parte de ser aterradores son también muy queridos por la gente y a todo el mundo le hace ilusión disfrazarse de esos monstruos que nos hicieron pasar noches en blanco bajo las mantas durante la niñez.

Halloween es un poco eso, volver a la infancia, a la ingenuidad con la que vimos nuestra primera película de miedo a escondidas de nuestros padres. A ese placer que se mezclaba con el miedo cuando contábamos historias de terror en los campamentos de verano. Disfrazarnos de estos monstruos clásicos es rendir un homenaje a todas esas sensaciones que nos negamos a olvidar porque están entre nuestros mejores recuerdos.